(Foto: Pablo Yapura/El Tribuno)
Momento. ¿Cómo públicas? ¿Qué no es laica la educación en esta provincia? Sí, pero al Señor no le importa. Dios no conoce de vericuetos legales ni de leyes de los hombres. Él atraviesa todo. Por eso este evento es inclusivo y acepta a miembros de instituciones que nada deberían tener que ver con la religión.
En Salta el adoctrinamiento empieza temprano, a las dos de la tarde. La calle España está vallada entre Mitre y Zuviría. La cosa está tranquila todavía. Muchos almuerzan, otros apuran el paso para dormir la siesta en la casa.
Y larga el rock: al costado de la Catedral, amontonados en un tablón, seis músicos tocan “El twist del Mono Liso”, de María Elena Walsh. “Sean todos bienvenidos al Milagrito”, dice una locutora, parada en el escenario especialmente instalado sobre la calle España, al frente de la entrada principal del templo. Pero la gente no da mucha pelota. Camina para todos lados, hace la diagonal en la 9 de julio y mira un poco de pasada.
Hay una tribuna ubicada en la plaza, justo frente al escenario. Está llena de gente que usa paraguas para cubrirse del sol, que está un poco más amable que en el verano pero te sacude si te quedás un rato a su merced.
En el escenario, bien adelante, están el Señorito y la Virgencita del Milagro, réplicas en miniatura de los santos patronos de Salta. Alrededor, un par de curas vestidos de blanco dan vueltas y chequean que todo vaya bien. Todavía no hay ningún pibe cerca. Estamos a pocos minutos del comienzo y los protagonistas de la tarde se hacen rogar. Por ahora hay menos convocatoria que en un recital de rock salteño.
Uno de los curas se sube al escenario y comienza a hablar por un micrófono inalámbrico pegado a su oreja. Tira algunas recomendaciones: indica dónde están los puestos del SAMEC, señala los baños químicos y los camiones cisterna de Aguas del Norte que están listos para calmar a los sedientos. Les pide a los papás y al resto de los adultos que se mantengan detrás de las vallas y que se queden en las veredas cuando se realice la procesión alrededor de la plaza. La calle es para los chicos, explica. Además, cuenta que el lema del Milagrito este año es “Vengan a mí”.
Y como si fuera un acto ensayado hasta el hartazgo, aparecen ellos. Vienen a él. Llegan las masas de pibes. Nenes y nenas con gorras en la cabeza que caminan en fila, arriados por las señoritas. Vienen desde Mitre y Alberdi, desde Belgrano, desde España, desde Zuviría. De todos lados y casi de golpe. Mientras, para recibirlos con honores, la banda toca una versión andina del Himno al Señor del Milagro. Los turistas no entienden nada. Los padres sacan fotos con los celulares.
La locutora vuelve al ruedo para decirles a los chicos que hoy todos honraremos a “nuestro papito del cielo, nuestro rey”. Los niños tienen cara de no comprender la magnitud del evento. ¿Será temprano para enseñarles estas cosas? No: muchos dicen que es en la infancia cuando suceden las cosas que nos marcarán en nuestra vida. Charly García incluso llegó a considerar que todas las ideas para sus canciones se le ocurrieron durante esa etapa y que después simplemente se acordó. Debe haber algún mecanismo interno que nos aloja el conocimiento bien al fondo y lo va largando a medida que pasa la existencia. Pensándolo de esa manera, ¿qué mejor que tener entre cuatro y cinco años para empezar a recibir línea conservadora, antihomosexual y antiaborto? Si usted quiere hacerle creer a alguien que existe la posibilidad de ir al infierno, hágalo en la infancia.