sábado, 27 de agosto de 2016

Temprano adoctrinamiento

(Foto: Pablo Yapura/El Tribuno)

En un hermoso día de sol y clima primaveral como el que se vive en este viernes 26 de agosto, nada mejor que sentarse en un bar frente a la Plaza 9 de Julio y observar (a la sombra) cómo se cocinan los pequeñuelos que llegan obligados a participar del Milagrito de los Niños, el evento que convoca anualmente a chicos de entre cuatro y cinco años de escuelas privadas y públicas de la ciudad.

Momento. ¿Cómo públicas? ¿Qué no es laica la educación en esta provincia? Sí, pero al Señor no le importa. Dios no conoce de vericuetos legales ni de leyes de los hombres. Él atraviesa todo. Por eso este evento es inclusivo y acepta a miembros de instituciones que nada deberían tener que ver con la religión.

En Salta el adoctrinamiento empieza temprano, a las dos de la tarde. La calle España está vallada entre Mitre y Zuviría. La cosa está tranquila todavía. Muchos almuerzan, otros apuran el paso para dormir la siesta en la casa.

Y larga el rock: al costado de la Catedral, amontonados en un tablón, seis músicos tocan “El twist del Mono Liso”, de María Elena Walsh. “Sean todos bienvenidos al Milagrito”, dice una locutora, parada en el escenario especialmente instalado sobre la calle España, al frente de la entrada principal del templo. Pero la gente no da mucha pelota. Camina para todos lados, hace la diagonal en la 9 de julio y mira un poco de pasada.

Hay una tribuna ubicada en la plaza, justo frente al escenario. Está llena de gente que usa paraguas para cubrirse del sol, que está un poco más amable que en el verano pero te sacude si te quedás un rato a su merced.

En el escenario, bien adelante, están el Señorito y la Virgencita del Milagro, réplicas en miniatura de los santos patronos de Salta. Alrededor, un par de curas vestidos de blanco dan vueltas y chequean que todo vaya bien. Todavía no hay ningún pibe cerca. Estamos a pocos minutos del comienzo y los protagonistas de la tarde se hacen rogar. Por ahora hay menos convocatoria que en un recital de rock salteño.

Uno de los curas se sube al escenario y comienza a hablar por un micrófono inalámbrico pegado a su oreja. Tira algunas recomendaciones: indica dónde están los puestos del SAMEC, señala los baños químicos y los camiones cisterna de Aguas del Norte que están listos para calmar a los sedientos. Les pide a los papás y al resto de los adultos que se mantengan detrás de las vallas y que se queden en las veredas cuando se realice la procesión alrededor de la plaza. La calle es para los chicos, explica. Además, cuenta que el lema del Milagrito este año es “Vengan a mí”.

Y como si fuera un acto ensayado hasta el hartazgo, aparecen ellos. Vienen a él. Llegan las masas de pibes. Nenes y nenas con gorras en la cabeza que caminan en fila, arriados por las señoritas. Vienen desde Mitre y Alberdi, desde Belgrano, desde España, desde Zuviría. De todos lados y casi de golpe. Mientras, para recibirlos con honores, la banda toca una versión andina del Himno al Señor del Milagro. Los turistas no entienden nada. Los padres sacan fotos con los celulares.

La locutora vuelve al ruedo para decirles a los chicos que hoy todos honraremos a “nuestro papito del cielo, nuestro rey”. Los niños tienen cara de no comprender la magnitud del evento. ¿Será temprano para enseñarles estas cosas? No: muchos dicen que es en la infancia cuando suceden las cosas que nos marcarán en nuestra vida. Charly García incluso llegó a considerar que todas las ideas para sus canciones se le ocurrieron durante esa etapa y que después simplemente se acordó. Debe haber algún mecanismo interno que nos aloja el conocimiento bien al fondo y lo va largando a medida que pasa la existencia. Pensándolo de esa manera, ¿qué mejor que tener entre cuatro y cinco años para empezar a recibir línea conservadora, antihomosexual y antiaborto? Si usted quiere hacerle creer a alguien que existe la posibilidad de ir al infierno, hágalo en la infancia.

viernes, 26 de agosto de 2016

No vayas al Ingenio


En una entrevista reciente, la profesora Raquel Guzmán, quien organizó el ciclo “El verde vuelve”, en torno a la obra poética de Manuel Castilla, consideraba que “se ha dejado de lado la poesía de crítica social que tiene Castilla”. “Eso ha sido menos visto”, aseguraba y ponía como ejemplo “el mundo del ingenio, el mundo del minero, de los obrajes, toda la parte de cómo está construida la sociedad en el noroeste argentino”.

Las situaciones vividas esta semana en El Tabacal dan cuenta de una realidad que existe desde hace décadas. A pesar de las luchas y las conquistas de los trabajadores de la zona desde la creación del ingenio en 1921, la relación desigual entre empresa y obreros continúa. Esto es algo que Castilla reflejó en su poesía, que se mantiene vigente.

El poemario “Luna muerta”, de 1943, fue el segundo que Castilla publicó en su carrera como autor. Apareció cuando tenía 25 años. Está dedicado “a los indios del Chaco de Salta”. Se trata de una obra de fuerte contenido social, una pintura de los marginados. Castilla se pone del lado de ellos cuando escribe cosas como “Inocencio, mataco, / tiene seca la lengua / porque nunca habla nada, / ni cuando lo golpean (…) Inocencio es un vago / porque no acarrea leña / ni lleva tachos de agua / por una camiseta…”.

También habla de “Juan del aserradero”, que “se ha embriagado / y hace como dos horas que duerme en la vereda”: “Ayer, Juan ha cobrado / y en el bolsillo apenas si tiene una moneda”.

En “Matacos”, Castilla dice: “Los matacos no pueden trabajar y por eso / vienen desde la loma a vagar por el pueblo (…) Uno va al almacén y otro queda mirando / para ver si al primero le dan algún mandado”.

Inocencio y Juan, dos personajes que por sus características inmediatas juntan las fichas para ser señalados como vagos y borrachos, igual que “los matacos”. Pero Castilla ve más allá. Considera la negativa de Inocencio como una virtud. Y en lugar de pensar que Juan, el del aserradero, cobró, se puso en pedo y ya no tiene plata porque se la chupó, siembra una duda: quizás cobró muy poco. Castilla dispara esas preguntas. No se deja guiar por el chusmerío barato de pueblo con discurso armado por las buenas costumbres cristianas del acatar y agradecer.

“Luna muerta” contiene la sección “Motivos del Ingenio”, una serie de poemas dedicados a los trabajadores del azúcar. Allí, se incluye el poema “No vayas al Ingenio”: “Si no tuvieras hambre, te diría: / no vayas al Ingenio. // Si no tuvieras vicios, te diría: / no vayas al Ingenio. // Y si tuvieras ropa, te diría: / no vayas al Ingenio. // Que allí de madrugada / deschalarás la caña / con un machete largo / y la noche en la espalda. // Que en el Ingenio, al alba / sonará la campana, / y volverás de tarde / cuando la tarde caiga, / para comer tu cena / de batatas asadas. // Que mientras tú trabajas / y el cacique te manda, / él se queda sentado / de botas y bombachas. // Que al final de la zafra / al peso que te guardan / de los dos que por día / con el machete ganas, / te lo dará el Ingenio / en un par de alpargatas, / un chaleco, una manta, / alguna yerba flaca, / cinco kilos de azúcar / para endulzar la marcha / de regreso a tu monte  / porque ya no haces falta. // Si no tuvieras hambre, te diría: / no vayas al Ingenio. // Pero el conchabador / te arranca de la tierra / dándote de regalo / unos kilos de yerba / y unos litros de alcohol, / aunque después ingreses / al Ingenio endeudado / y al regalo lo tengas / que saldar con trabajo. // Si no tuvieras vicios, te diría: / no vayas al Ingenio. // Que el Ingenio te mata / con el sol que te abrasa, / con el tabaco oscuro / y la coca que mascas… // Y si tuvieras ropa, te diría: / no vayas al Ingenio. // Pero te compran, indio, / como a un niño ingenuo, / con un rifle oxidado, /con la luz de un espejo, / con un saco amarillo / con un sombrero viejo…”.