(Bayer en la puerta de El Tugurio. Foto: Ezequiel Muñoz)
El 22 de abril de 1983, en Berlín, cuando faltaban seis meses para que regresara a la Argentina después de casi una década de exilio, Osvaldo Bayer le dio una entrevista a su amigo Osvaldo Soriano. Bayer, que tenía 56 años, explicaba los motivos por los cuales había dejado el país, imaginaba el inminente futuro democrático que se avecinaba y daba su opinión sobre las responsabilidades civiles y militares que habían desembocado en el Proceso de Reorganización Nacional. El reportaje se publicó la semana siguiente en la revista Humor.
En la nota, Bayer también ensayaba una descripción conjunta de los oficios de historiador y periodista. En pocas palabras, resumía el único periodismo que vale la pena, el que posee rebeldía y esperanza y no se deja ganar por el cinismo. Una reflexión que aún hoy conmueve y sirve para hallar el rumbo en esta época de artículos que sólo intentan generar clics: “Me considero un cronista, un periodista histórico, si cabe el concepto. Es un humildísimo trabajo de desenterrar verdades guardadas con el cerrojo de los intereses creados, y exponerlas en un lenguaje claro, como el del hombre de la calle. Me he propuesto no tener piedad con los despiadados. Mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder, se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo, a los humillados y ofendidos, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”.
Más de 33 años después de esa definición, Bayer está sentado en el patio interno de El Tugurio, su casa del barrio de Belgrano. Ubicada en la esquina de Arcos y Monroe, la vivienda está cerca de la cuadra en la que Luis Alberto Spinetta creció y compuso las canciones de Almendra, Pescado Rabioso e Invisible. Podríamos decir que esta zona de Buenos Aires respira libertad.
“¿Tomamos un vinito?”, pregunta. Son las diez y media de la mañana del Día de la Madre, un domingo húmedo y soleado en el que la mayoría de la gente se prepara para comer en familia. Bayer está solo, la mujer que lo asiste acaba de salir. Prometió volver para cocinar el almuerzo. A los 89 años, no se preocupa. Este santafesino que vive en la casa que sus padres adquirieron en 1931 se maneja bien en soledad. Todavía viaja sin acompañantes a los distintos puntos del país donde es permanentemente invitado a brindar charlas y recibir homenajes.
Bayer lleva muy bien los (casi) noventa años que cumplirá en febrero de 2017. Habla poco y pausado con la voz aguardentosa que lo caracteriza. Las ideas que siempre lo movilizaron no se escaparon de su mente. Por eso es capaz de reflexionar sobre la Argentina y los argentinos. El pueblo que siempre fue castigado por los poderosos que terminó votando a Mauricio Macri.