domingo, 23 de octubre de 2016

Osvaldo Bayer, el sobreviviente

(Bayer en la puerta de El Tugurio. Foto: Ezequiel Muñoz)

El 22 de abril de 1983, en Berlín, cuando faltaban seis meses para que regresara a la Argentina después de casi una década de exilio, Osvaldo Bayer le dio una entrevista a su amigo Osvaldo Soriano. Bayer, que tenía 56 años, explicaba los motivos por los cuales había dejado el país, imaginaba el inminente futuro democrático que se avecinaba y daba su opinión sobre las responsabilidades civiles y militares que habían desembocado en el Proceso de Reorganización Nacional. El reportaje se publicó la semana siguiente en la revista Humor.

En la nota, Bayer también ensayaba una descripción conjunta de los oficios de historiador y periodista. En pocas palabras, resumía el único periodismo que vale la pena, el que posee rebeldía y esperanza y no se deja ganar por el cinismo. Una reflexión que aún hoy conmueve y sirve para hallar el rumbo en esta época de artículos que sólo intentan generar clics: “Me considero un cronista, un periodista histórico, si cabe el concepto. Es un humildísimo trabajo de desenterrar verdades guardadas con el cerrojo de los intereses creados, y exponerlas en un lenguaje claro, como el del hombre de la calle. Me he propuesto no tener piedad con los despiadados. Mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder, se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo, a los humillados y ofendidos, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”.

Más de 33 años después de esa definición, Bayer está sentado en el patio interno de El Tugurio, su casa del barrio de Belgrano. Ubicada en la esquina de Arcos y Monroe, la vivienda está cerca de la cuadra en la que Luis Alberto Spinetta creció y compuso las canciones de Almendra, Pescado Rabioso e Invisible. Podríamos decir que esta zona de Buenos Aires respira libertad.

“¿Tomamos un vinito?”, pregunta. Son las diez y media de la mañana del Día de la Madre, un domingo húmedo y soleado en el que la mayoría de la gente se prepara para comer en familia. Bayer está solo, la mujer que lo asiste acaba de salir. Prometió volver para cocinar el almuerzo. A los 89 años, no se preocupa. Este santafesino que vive en la casa que sus padres adquirieron en 1931 se maneja bien en soledad. Todavía viaja sin acompañantes a los distintos puntos del país donde es permanentemente invitado a brindar charlas y recibir homenajes.

Bayer lleva muy bien los (casi) noventa años que cumplirá en febrero de 2017. Habla poco y pausado con la voz aguardentosa que lo caracteriza. Las ideas que siempre lo movilizaron no se escaparon de su mente. Por eso es capaz de reflexionar sobre la Argentina y los argentinos. El pueblo que siempre fue castigado por los poderosos que terminó votando a Mauricio Macri.

“Tal vez, para el pueblo las experiencias anteriores no fueron muy buenas y entonces está buscando un alivio en la derecha. Que no lo va a encontrar, por supuesto, de ninguna manera, sino que se va a empeorar toda la situación y eso va a ayudar al regreso de la izquierda, una izquierda más formada todavía”, dice, y agrega: “Las fuerzas de derecha no arreglan ningún problema, nunca, nunca. Al contrario, han terminado en guerras, han terminado en problemas internos, así que la derecha nunca puede solucionar los problemas de una sociedad. Tiene que ser alguien que busque, más o menos, la igualdad. Que no haya pobres ni ricos o, por lo menos, grandes diferencias sociales”.

La igualdad siempre estuvo presente en la obra de Bayer. Su escrito de 1979, “Residencia en la amada tierra enemiga”, sintetiza la angustia de quien debió exiliarse y realiza un paralelismo impactante entre la Alemania pre y post nazi con la Argentina de Videla. Ese texto, surgido desde la decepción y la necesidad de creer, fue censurado, igual que sus mejores trabajos. Allí decía que “República” es la palabra “de la trinidad utópica, la única santísima trinidad que puede salvar a esta humanidad tan amenazada: libertad, igualdad, fraternidad”. “Una utopía que conmovió al mundo y que puede ser llevada a cabo porque es un producto del pensamiento humano. Así como hizo realidad las ficciones científicas de Julio Verne. Tal vez la humanidad se decida sólo cuando yazga de rodillas”, escribía. Al final, citaba al escritor suizo Max Frisch, quien aseguraba que democracia significa más democracia. Bayer, que combate con palabra y coherencia, agregaba que, además, democracia es eso y no “más seguridad, como siempre ofrecen los demagogos y los aprendices de tiranos”.

Cuando se le pregunta sobre salteños, Bayer es precavido. “Yo estoy informado, pero sobre Salta sé muy poco. No quisiera hablar”, se excusa. Sobre Juan Manuel Urtubey, dice que “es casi desconocido” para él. “Me suena a la alta sociedad salteña”, arriesga. Y acierta. Al enterarse que el gobernador obtuvo mucha difusión en la prensa gracias al casamiento con la actriz Isabel Macedo, dice: “¿Ah sí? Es que el pueblo argentino aprecia la prensa del espectáculo”.

Dos extremos: Bayer considera que Martín Miguel de Güemes “fue un gran luchador, sin ninguna duda. Si buscamos ‘peros’ no los vamos a encontrar. Fue un luchador en aquellos años en los que ser luchador era correr riesgos durante toda la vida”. A la hora de hablar de José Evaristo Uriburu y José Félix Uriburu, utiliza pocas palabras: “Han sido nefastos para el país, ésa es la palabra. Nada más”.

Sobre Robustiano Patrón Costas, el empresario salteño que en 1943 estuvo a punto de ser candidato a presidente para continuar con las políticas de la Década Infame, recuerda: “Yo era muy jovencito, pero sí, sonaba para presidente. Iba a continuar lo de (Ramón) Castillo, lo de (Roberto) Ortíz, lo de (Agustín P.) Justo. Toda esa pseudo democracia surgida después de la revolución del 30, del golpe de Uriburu. Pero no pudo llegar. Si se aplicaba el fraude patriótico, claro que llegaba”.

El actual Poder Ejecutivo, repleto de CEOs, no es casual. Sus antecedentes son todos los intentos de la derecha por conseguir el poder. Hasta el año pasado, nunca lo había logrado por la vía democrática. Con la llegada de Cambiemos a la Casa Rosada se logró, finalmente, que la Argentina estuviera atendida por sus propios dueños. Y para Osvaldo Bayer, Mauricio Macri representa al conservadurismo más antiguo. Dice que Patrón Costas y el actual presidente poseen “el mismo pensamiento”, que “se basa en la sociedad capitalista, el dominio del capital”. “Esa es la base del gobierno”, explica.

Para Bayer no hay ninguna diferencia entre Patrón Costas, Macri, Cavallo y Martínez de Hoz. “Pero evidentemente el pueblo argentino no aprende. Se deja llevar por las figuras, se deja llevar por las tonteras que dicen en sus discursos. No tiene educación política la Argentina”, dice, y aclara que “alguna vez”, Argentina acertó: “Cuando votó realmente a candidatos del pueblo, como Perón, por ejemplo. Ahí sí. Pero claro, Perón subió por un golpe militar. Le fue fácil, digamos. Y después fue votado por el pueblo porque hizo un buen gobierno. Cuando votó al primer gobierno radical también, a Yrigoyen. Ahí se liberó de los conservadores”.

En su trabajo más reciente, Bayer volvió a irritar a los poderosos. Se trata del guión del documental dirigido por Mariano Aiello y Kristina Hille en el que se aborda la historia de la familia Martínez de Hoz. “Hemos puesto la verdad allí. El primer Martínez de Hoz fue el fundador de la Sociedad Rural, trajeron el mal del latifundio. Después fueron cooperadores de todas las dictaduras militares, así que es la familia más nefasta de la historia argentina”, dice. La película se estrenó hace pocas semanas en Alemania. “Fue muy aplaudida. Tengo amigos en Alemania que consiguieron la sala para estrenarla”, cuenta Bayer y dice que en Argentina la situación es distinta: “Acá nadie es amigo. Por las censuras que hay, los problemas que hay, nadie se mete. Mientras esté Macri va a ser difícil. Vamos a tratar de hacerlo (al estreno) en forma privada”.

Sin embargo, la situación difícil que vislumbra quizás no sea tan engorrosa. En febrero, la Justicia falló a favor de Bayer, que había sido demandado por los Martínez de Hoz para evitar que el documental se proyectara.

El Tugurio está repleto de libros. Hay bibliotecas en los pasillos, en varias salas y en el patio interno donde Bayer se toma las copas de malbec frente a la pequeña cocina. Ahí también hay un viejo cartel “expropiado” de alguna calle con el nombre del genocida Julio Argentino Roca. Además, hay fotos, reconocimientos, recortes de diarios y la ineludible sensación de que este hombre dedicó toda su vida solamente a las investigaciones. Sólo los cuatro volúmenes de “Los vengadores de la Patagonia trágica”, aparecidos entre 1972 y 1978, le llevaron ocho años de trabajo:“Lo hice con mucho sacrificio. Trabajaba en Clarín, me habían ascendido y había pasado a ser secretario de Redacción. Tenía que trabajar ocho horas. Al mismo tiempo hacía la investigación. Las vacaciones las pasaba siempre en Santa Cruz, porque ahí estaba todo el material. Los llevaba a mis hijos y decían ‘otra vez la Patagonia’. Ellos querían ir a Mar del Plata (risas)”.

“Siempre me interesó mucho la historia. Estudié Historia en Alemania. Eso me llevó a meterme con los problemas nunca hablados y no resueltos. Por eso empecé con la figura más odiada por el periodismo y la clase alta, que fue Severino Di Giovanni. Era el diablo maldito. Todos los días salía en los diarios ‘el enemigo del pueblo’. Qué propaganda que le hicieron. Ese libro me llevó un año. Estaba muy escondido el material. Al principio nadie quería hablar, pero vivían todos”, cuenta Bayer, que recomienda “revisar los archivos” porque “ahí está la verdadera historia”.

“Siempre se descubre la verdad. El historiador profundo siempre descubre la verdad”, dice este hombre que en la década del noventa realizó la Cátedra de Derechos Humanos en la Universidad de Buenos Aires. “Fue la primera materia que se hizo en la República Argentina. Llenábamos el aula magna siempre, con la gente parada. Casi siempre con invitados”, asegura.

Hoy, Bayer dice que le gustaría seguir con la investigación histórica. Reconoce que todavía no tiene ningún tema para desarrollar (“pero ya lo voy a elegir, me gusta lo desconocido) y que dejó de escribir las contratapas de Página 12 por cansancio. “Son noventa años, ya”, dice. Mientras tanto, su rutina consiste en leer, escribir y recibir a todo tipo de gente. “Todos los días tengo cinco o seis personas que vienen a verme: periodistas, estudiantes. Y viajando, me invitan mucho por el interior. Así paso la vida”.

Bayer, amigo de Cortázar, Soriano y Walsh, no es reconocido por los gobiernos. Es un olvidado del oficialismo. Los homenajes que recibe vienen por fuera de las banderas partidarias. Los políticos lo hacen a un lado. Osvaldo lo confirma: “Me ningunean totalmente, no existo. Yo no les hice nada. No pertenezco a ningun partido politico. Soy anarquista, por supuesto, pero no he atacado personalmente a ninguno de ellos. A sus intereses, claro que sí”, dice. Y agrega: “Me odian, cosa que me importa un carajo. Sufrí exilios, sufrí cárceles, así que sé lo que es eso. La gente sí viene a saludarme, a apoyarme”.

“Mire, yo tengo una anécdota con el presidente Kirchner: resulta que mis padres vivieron en la Patagonia cuando la huelga patagónica. Y mi padre juntó todo el material de la huelga porque iba a escribir. Al final no escribió, pero me sirvió para mí posteriormente. Y él me contaba siempre que el dueño del hotel, Carlos Kirchner, estaba a favor de los contra huelguistas, de los estancieros. Daba su hotel directamente gratis para sesiones de la Sociedad Rural. Y yo lo pongo en mi libro. Es el abuelo de Kirchner. Una vez, Kirchner, siendo presidente, llama a una reunión de periodistas. Los sillones tenían el nombre de cada uno. A mí me había puesto en primera fila, extrema izquierda. Cuando estábamos todos reunidos, se abrió la puerta y apareció el señor presidente. Entre los aplausos vino directamente a mí. Seguían los aplausos, me pegó un abrazo y me dijo al oído ‘no era mi abuelo, era el hermano de mi abuelo’ (risas). Y yo lo miré así como diciendo ‘vamos, nene, no seas mentiroso’, y se fue. Me invitó para decirme eso. Además, qué importancia tiene que sea el hermano del abuelo o el abuelo, era de la familia de él. Además él no tiene la culpa”, cuenta Bayer, que a la hora de definir la gestión de Néstor, mueve la mano, pone cara de gusto a poco y dice: “Ni fu ni fa”. Sin embargo, asegura que “fue lo más parecido a Perón”. “Y lástima que se murió, porque era un buen político”, agrega. Para definir a Cristina Fernández, hace el mismo gesto, y completa: “De cualquier manera, es mejor que lo que tenemos ahora”.

“Los argentinos... llegar a este presidente, parece mentira”, dice Bayer, que compara el triunfo de Mauricio Macri con pegarse un tiro “en el huevo izquierdo”. Y ante este panorama, parafraseando al texto de 1972 en el que se preguntaba “¿Qué debemos hacer los anarquistas?”, cabe la duda: ¿Qué hay que hacer ante el avance de la derecha? “Seguir enseñando. Yo me acuerdo que cuando empecé con el anarquismo empecé a enseñar porque había estudiado mucho, a fondo, todo eso, y tenía tres personas. Ahora vienen noventa. Es decir que ha aumentado el interés por la ideología”, opina.

Bayer destaca las asambleas barriales que surgieron durante la crisis de 2001. Cree que en ese tipo de prácticas democráticas está la salida: “Fueron acá a seis cuadras, en el colegio Normal. Decían los problemas del barrio y los problemas políticos de la Nación, y qué es lo que había que hacer. ¡Cómo hablaban las mujeres, impresionante! Eran un ejemplo esas asambleas. La gente hablaba y se jugaba. Fue intento muy débil, porque quedó en la nada, pero si se hubiera seguido hubiera sido muy importante. La gente no tiene mucha paciencia, pero me demostró que tiene calidad política”.

Para Bayer hay que “formar”. “En las asambleas formar gente y decirles ‘hay que continuar con esto’, hay que seguir cimentando y no irse. No es necesario militar en partidos pero sí en la política interior del país, creando las asambleas, interesándose por los problemas del barrio primero. No aislarse”, dice. Considera que lograr un cambio favorable a la mayoría “depende de la gente”. “Acá teníamos una asamblea buenísima, qué cuerpo que era eso. Se disolvió cuando llamaron a elecciones y la gente que quiso se fue a los partidos políticos. Los partidos políticos no hacen vida interior. No hacen constantes asambleas con el público. Nos falta mucha democracia de base. Hemos tenido partidos políticos que no nos enseñaron la democracia de base. El actuar, que la asamblea actúe. Eso lo hicieron los anarquistas. Ahí sí se hizo política. Pero fue una ideología que duró poco porque la mató la revolución comunista”.

En un reportaje reciente, Bayer, triste por el triunfo de Cambiemos, aseguraba haber vivido “al pedo”, consideraba que todo su trabajo, sus intentos de hablar “al hombre de la calle”, habían fracasado. Hoy opina diferente: “No, no viví al pedo. Por lo menos por mis libros de la Patagonia, un tema absolutamente escondido que quedó esclarecido. Y el radicalismo se calló la boca, nunca respondió. Qué basura que son, eh”.

Quizás el cambio esté en camino pero bastante lejos. Quizás Bayer no esté presente cuando suceda. Quizás sus trabajos, en el futuro, sean vistos como papeles indispensables. “Eso es ser optimista y me parece muy bien ser optimista, seguir la lucha”, dice. “Yo sigo la lucha, a pesar de que perdí mucho espacio ya, por la vejez. Ante me movía mucho más. Pero, sinceramente, creo. Creo. Creo y siempre le digo a la juventud que tiene que actuar en la política. Meterse en la vida barrial, en la vida de la gente”.

Octubre de 2016

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