lunes, 6 de marzo de 2017

Queremos tanto a Osvaldo


Es un momento de auge para la albañilería a gran escala. El hombre más poderoso del mundo exige un muro para cuidarse de los peligros foráneos. El salteño Alfredo Olmedo quiere una pared en la frontera con Bolivia. Hasta Roger Waters insiste con interpretar The Wall en vivo, como si nueve estadios de River no hubieran sido suficientes. En Buenos Aires las vallas son algo más sutiles. Aparecen, por ejemplo, en forma de rejas en las plazas, como la de Arcos al 2600, expropiada por los vecinos y rebautizada Osvaldo Bayer.  Aquí es donde estamos. Es el cumpleaños noventa de Osvaldo, gloria viva del periodismo y la escritura cuya leyenda alcanza la altura de otros mitos del oficio como Rodolfo Walsh o Arlt.

Esta vez, las rejas de la plaza sirven para enviar mensajes de amor como el que muestra el cartel colocado por el Sindicato de Prensa de Buenos Aires: “Al maestro Osvaldo Bayer, periodista al servicio del pueblo, compañero, trabajador de prensa y secretario general honorario del Sipreba”. También para reivindicar la lucha de los trabajadores de AGR-Clarín y para mostrar el trabajo realizado durante 22 años por la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la UBA, un espacio que Bayer dirigió a mediados de los noventa.

A las cinco de la tarde, hay cien personas en la plaza reunidas alrededor de un pequeño escenario instalado sobre el costado que da a la calle Arcos. Hay artesanos, puestos de choripanes y bebidas, parejas que toman mates, viejos con sillas de playa, venta de libros, hippies con y sin OSDE, familias tiradas en el pasto. Cada tanto aparece alguien con un libro de Bayer en la mano.

El día es ideal. El sol no pega muy fuerte y el viento aplaca un poco la humedad. Los preparativos se hacen con calma. Hay tres filas de sillas frente al escenario destinadas al homenajeado, sus familiares y amigos. En el medio, una mesita redonda exhibe una botella de vino tinto y una copa.

Ana, hija de Bayer, es una de las organizadoras. En pocos minutos pasa de saludar a un ser querido (“¡Ay pero qué grande que estás!”) a burlarse de los periodistas y fotógrafos, que hoy son mayoría: “Acá saben sacar fotos nomás”, dice, después de solicitar ayuda para mover una mesa y recibir la indiferencia de los hombres de prensa, incluido este cronista.